Un Momento de Paciencia en una Situación de Enojo Previene Mil Momentos de Arrepentimientos!..

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Ten paciencia con todas las cosas, pero, principalmente, ten paciencia contigo mismo… Cada día que se inicia, empieza la tarea de nuevo”. (San Francisco de Sales)

En los días actuales, somos bombardeados por los deberes y quehaceres de la vida moderna y sentimos que el mundo gira velozmente, pareciéndonos que necesitamos correr para acompañar ese ritmo frenético y participar de toda esa rueda viva que es la vida actual, con sus limitaciones, sus anhelos de urgencia y de respuestas inmediatas.

Hasta parece que si no nos damos prisa no podremos participar en ese banquete de acontecimientos y novedades, ni lograremos llegar a lugar alguno. La prisa nos pone ansiosos e impacientes, con el ansia de conseguir las cosas que siempre hemos deseado, aunque, como no hemos aprendido a cultivar la paciencia en nuestra vida diaria, olvidamos usar la racionalidad y la prudencia. Según un proverbio chino: “Un momento de paciencia puede evitar un gran desastre; un momento de impaciencia puede arruinar toda una vida”.

Sabemos que el cultivo de la paciencia es muy importante para que aprendamos a esperar con más calma las cosas que tanto anhelamos y que, a menudo, solo el tiempo habrá de traernos. Hay gente que pide y espera una respuesta inmediata. Si esa respuesta no viene enseguida, allá se va la paciencia. Y así la vida va pasando en el afán de lograr todo lo que anhelamos y de esforzarnos al máximo en nuestro cotidiano estresante para atender con rapidez a todas las demandas que nos trae la vida. Si no encontramos enseguida una resolución rápida para nuestros problemas nos parece que ellos nunca serán solucionados.

Podemos quedar sin acción, sin discernimiento y sin perspectivas frente a las dificultades y tribulaciones de la vida y entregarnos a la desesperación y a la impaciencia. Nos vemos tullidos al ser visitados por las dolencias, por el desempleo, por las pérdidas morales y por la desazón de no saber esperar por las cosas que anhelamos. Nos angustian las probaciones que tenemos que pasar y no sabemos cuál es la razón. Todo ello nos deja abatidos, y, a menudo, intolerantes. No cesamos de pensar que esos momentos que ponen a prueba nuestra paciencia, nuestra fe y nuestra persistencia para resolver y aceptar con serenidad los acontecimientos de la vida, son lo que nos hace crecer y progresar.

En momentos de aflicción, rogamos socorro a lo alto y nos sentimos desanimados cuando no somos atendidos. A menudo, los Espíritus iluminados a quienes rogamos ayuda no pueden interceder de la forma como nos gustaría que intercediesen en nuestras necesidades, porque ese es el momento ideal para que aprendamos determinadas lecciones. Pese a que no pongan fin a nuestros problemas, como deseamos, ellos no quedan indiferentes a nuestras necesidades. Nos dan fuerza para que enfrentemos con coraje las adversidades y aprendamos que son pasajeras. También nos animan a buscar dentro de nosotros el manantial de fuerza divina que todos tenemos y que nos ayudará a soportar con más paciencia y coraje las tribulaciones.

Cuando vemos a alguien alcanzar sin mucho esfuerzo y en poco tiempo sus objetivos, mientras nosotros nos esforzamos muy mucho en alcanzar los nuestros, el cuestionamiento es inevitable: Si él ha logrado alcanzar fácilmente lo que deseaba, ¿por qué yo no consigo alcanzar prontamente aquello que anhelo? ¿Cuál es la razón para ello? Una de las principales razones puede estar basada en la cuestión del merecimiento. No podemos olvidar que formamos parte de un plan divino y que solo el Creador sabe exactamente el momento oportuno para que nos liberemos de nuestras limitaciones y podamos alcanzar lo que anhelamos. Una cosa es cierta, quien sufre no sufre en vano. Tiene necesidad de encontrar una directriz para su vida, vislumbrar algún punto en el cual todavía no se ha fijado o modificar el pensamiento de que es una víctima de las circunstancias y ha nacido destinado al sufrimiento.

Es importante que tomemos conciencia de que el sufrimiento nos aparece en la medida cierta de nuestras necesidades.

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